Te diré a qué jugarás.
Podré sentir
lo que sentirás allí. Posarás como un niño asustado, pero no lo estarás. Tu
presencia será poderosa y débil a la vez, te encontrarás viajando a otros
lugares estando en el mismo sitio. Tus ojos ascenderán y descenderán siguiendo
cada gesto realizado por mí, dibujando en tu memoria mi memoria. Facilitaras
las horas, las harás cortas -porque el tiempo pasa volando, y tú no tienes
alas, pero las tuviste alguna vez- y las canciones que resonaran al fondo
parecerán repetirse.
Te diré a qué
jugarás, amor. Desaparecerás en cada pensamiento que mi cabeza necia producirá
–y reproducirá si lo desea- y jugaras con mis ganas de querer quererte. Te
esconderás entre los árboles que dibujarán mis cabellos, y me querrás despacito
entre besos y caricias. No serás luna, no, pero suavecito alumbrarás mis rincones
más oscuros. A decir verdad, agradezco la comodidad que brindarás al respirar,
al final lo verdaderamente honesto causa maravilla o miedo.
Sabotearas mis
sentidos al mirarme, pero los despilfarraras al besarme. Ah, es que el más caro
de mis pecados ha de ser ese, posar mis labios en los tuyos sin miedo a
equivocarme.
Te levantarás
suavemente, dirás que debes irte, con prisa, porque llegarás tarde. “¿Llegar
tarde adonde? Si ya estás aquí” preguntaré, y sonreirás. De todas las cosas
malas que haré, el dejarte ir ese día será la peor de todas.
Ya se habrán
acostumbrado mis manos a tu cara, y mis labios a tu cuello. Ya se habrán adueñado
tus brazos de mi espalda.
Entonces llegará
la idea a mi cabeza de que el amor no es más que un efecto secundario de la
soledad para aquellos que cuando ven a alguien, se les mueve todo por dentro…
Hasta los glóbulos blancos. Y luego, nada pasa. Serás de esos amores que,
pueden durar hasta 15 veranos, y 15 inviernos, pero separados. Y si, luego, nada
pasa.
Hay dos tipos de personas, las que sienten, y las que se sientan en un
rincón observando el comportamiento de las personas que sienten… No seremos
ninguna de las dos. Te irás y hasta entonces me verás pasar una y otra vez por
ahí, donde sueles fumar de vez en cuando y, donde sueles también, sentarte a hacer y deshacer palabras
una y otra vez. Te divertirá la forma como yo jugaré con uno de tus lunares,
bien situado en la punta de tu perfilada y blanca nariz. Te divertirá oírme reír
cuando digas lo bien que me veré esa tarde.
Te diré a qué jugarás, amor. No tendrás la
cura, pero evidentemente no serás la enfermedad. Que descontrol. Tendrás al
final de tus brazos –uno en cada uno- armas mortales, de esas que te matan
directa y fugazmente. Serás más que una apuesta suicida, una de esas que
pierdes incluso cuando crees que vas ganando. Tendrás en tu cara caprichos y
antojos, esos en forma de labios.
Tendrás en tu cabeza destellos de colores y
un sinfín de titiriteros que te harán decir –y hacer- cosas que estremecerán a
cualquier poeta. Nunca lamentaré ser una luz destellante para ti, pues lo que
acaba fascinando al final son las sombras que se crean. Tendrás la posibilidad de hacerme volar de
aquí para allá, estando en el mismo sitio.
Si, una forma sutil e inocente de
lanzar una piedra pequeña contra un muro lo suficientemente firme, sacudiendo
los silencios y el eco de los mismos.
Si te digo justo ahora que te querré, estaría
mintiendo. Si te digo justo ahora que no te querré, también estaría mintiendo.
¿Cómo explicarte? No necesitaré de ti para respirar, pero sin ti sentiré que no
respiro. Volverás cuando sea la hora más oscura, cerraré mis ojos para morir,
esperaré que un nuevo día abra caminos, y sólo sea el sueño nuestro único
intermediario.
A fin de cuentas no sé quién eres, no sé dónde
estás, no sé cómo te llamas. No sé nada ti, ya te he olvidado antes de
conocerte.
No tengo miedo
a que no vuelvas, al contrario, tengo miedo a que nunca llegues.
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